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Ultima parada...La Carolina

 El viaje acababa allí. En aquella pequeña estación vestida de luz en medio de la nada y el silencio. No puede haber nombre más bonito para una estación de tren.  Un nombre que sabe a promesa, a pañuelo blanco al viento, a carta sin destino, a mujer…La Carolina.

 Oficialmente su nombre era  la estación de Cantalpino. Para mí, era La Carolina, la estación del Olmo.

                                                      Estacion de la Carolina 1957

                                                       Estacion de la Carolina 1957


Pero el viaje había comenzado mucho antes de subir al tren. Desde que sabía que iría al pueblo.

En aquellos tiempos si querías ir de una ciudad a otra, del pueblo a la capital, los trenes no eran una opción más : eran el transporte.

Siempre viajábamos de noche y viajar en tren de noche era como entrar en un secreto que solo los niños entienden. Entrar en una historia secreta que solo ocurre cuando todos duermen.

Un tirón suave, los vagones que se tensan y el tren comenzaba a moverse, sentía que algo se desprendía de mí, la ciudad , el colegio, la rutina…todo quedaba atrás. Por delante solo quedaba el viaje y el destino: el pueblo y el verano.

                                                                      Año 1984


                                     
Decada de los 80. Aun funcionando.
      
                   

El tren cobraba ritmo, el traqueteo se volvía constante, hipnótico. El tren era una serpiente de luz que devoraba kilómetros. Los postes de luz pasaban uno tras otro, fugaces, recortados en la oscuridad, con sus cables tensos como cuerdas de guitarra. A través de la ventanilla veía, campos oscuros, pueblos dormidos. Afuera, la noche corría a toda velocidad.

El tren entraba en las estaciones de noche, como si no quisiera despertar a nadie.

Miranda de Ebro…Burgos…Venta de Baños…Palencia…Valladolid. Desde la ventanilla veía pasar las estaciones como si fueran una escena preparada para mí. Gente en el andén esperando, subiendo y bajando las maletas por las ventanas, algún vendedor ambulante anunciando su mercancía. El jefe de estación fumando.

El tren arrancaba de nuevo, lento al principio, como si pidiera permiso para irse. El andén quedaba atrás  y el traqueteo volvía a marcar el  compas.

Medina del Campo, ultima estación del primer viaje. De madrugada, nos recibía el frio castellano, serio, de invierno, aunque por calendario fuera verano. Transbordo al tren que nos llevaría a la última estación.

Con la frente contra el cristal observaba  como una claridad que venía de lejos, baja, tibia, anaranjada como el principio de una brasa tocaba ya los campos.

Después de una noche larga, del viaje interminable, del misterio de las estaciones oscuras, me esperaba por fin el destino: La Carolina.


                              Olivita Perez. Sus abuelas, Clara Barajas y Florencia Hernandez.
                                  Seguro que alguna vez cogieron el tren en La Carolina.



1 comentario:

  1. Muy buen relato, me ha encantado, gracias por compartir 💕

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