Las vacaciones en un pueblo pequeño son una experiencia que marcan a quienes las viven, pero lo curioso es que pueden ser recordadas de modo completamente diferente según la generación que las rememore.
Sin embargo, en todas las generaciones, la esencia de esas vacaciones en el pueblo sigue siendo un refugio emocional. Las diferencias en cómo se recuerdan están vinculadas a las circunstancias de la época. Estos recuerdos tienen una textura especial, como si fueran instantes detenidos en el tiempo.
El cartero cojo, que traía el correo desde Vallesa subido a un enorme caballo o mulo, no recuerdo bien. Pero me recordaba a “ El ingenioso hidalgo”
A lo lejos, el movimiento por las tierras de los rebaños de Serapio, Segundo, Fabián o Ricardo, camino de regreso al corral, dejando un rastro de polvo en el aire.
Los refrescantes baños en la balsa de la Señorita María. Extremamente delgada, y siempre observando.
La era , a pleno rendimiento. Soñaba con ser “trillique”. Como mucho, me dejaban subir al trillo. Sentado al lado del guía. Me dejaba caer hacia atrás, rodando sobre la paja, para volverme a subir al trillo sobre la marcha
Trillar, aventar bajo aquel inclemente sol, con aquel calor, explicaba, razonaba la dureza , la legendaria resistencia de aquellos hombres. Que como el Olmo que da nombre al pueblo, por mucho que se doble, nunca se quiebra.
Pero los recuerdos tampoco son estáticos e inmutables .Son como una pintura en constante transformación, cada vez que miramos hacia atrás, descubrimos que la” foto fija” que creíamos conocer ya ha tomado un nuevo matiz. Es la belleza de los recuerdos, la que forma parte de nuestra historia personal. Un testimonio de cómo hemos cambiado con el tiempo.
Hoy, mis recuerdos de la era han empezado a moverse.
Ser trillique, por un buen rato, era una experiencia que no desmerecía a surcar los espacios con El Halcón Milenario en los "tiempos modernos".
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